Resbaladero Gigante
Como parte de la visita al Hipódromo, imposible sería dejar de lanzarme (aunque sea una vez, y luego de más de 25 años de no hacerlo), desde el famoso resbaladero gigante.
Cinco quetzales bastaron para evocar a mi infancia por unos segundos, para convertirse poco a poco en nostalgia, más aún, cuando me encontré con el paso del trencito que bordea el sector.
A lo anterior, se sumó a mi salida, la venta de comestibles como: manzanas en miel, dulces típicos, tostadas, churros, juguetes y elotes locos, recordándome que, en este mismo espacio, se celebra la famosa feria de Jocotenango.
Vaya visita al Hipódromo del Norte; dichosamente y sin darme cuenta, me fui a ver inmerso, por unas cuantas horas, en una máquina del tiempo.
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